¡Toda una joya!
Luego de pasar un buen rato tratando de entender qué pasaba por la cabeza de las personas que hicieron que esto llegara a un papel oficial, me dio por transcribirlo para que lo juzguen con sus propios ojos, que un día serán manjar para gusanos.
Aún y lo anacrónico que suene, este papel nos lo entregaron hace 20 años, ignoro si el instructivo es útil en los matrimonios de hoy. Ignoro si lo siguen entregando a las nuevas parejas e ignoro si sólo se entregaba en Zacatecas o si era así para toda la república. De hecho, luego de leerle la parte importante a mi esposa, vi como que ella no cree necesitarlo (de alguna manera Dios nos iluminó para sobrevivir sin usar el instructivo para completar ya 20 años de contrato conyugal ininterrumpido). Tengo, sin embargo; un par de quejas correspondientes a su obediencia y veneración, pero por el momento, aquí no es el lugar de levantar acusaciones.
Disfrútenlo:
INSTRUCCIONES MATRIMONIALES
El matrimonio es un contrato civil entre un sólo hombre y una sola mujer que se unen en sociedad legítima para perpetuar su especie y ayudarse a llevar el peso de la vida.
Este es el único medio de formar la familia, de conservar la especie y de suplir las imperfecciones del individuo que no puede bastarse a sí mismo para llegar a la perfección del género humano.
Esto no existe en la persona sola, sino en la dualidad conyugal. Los casados deben y serán sagrados el uno para el otro y aún más lo que cada uno para sí.
Este es el único medio de formar la familia, de conservar la especie y de suplir las imperfecciones del individuo que no puede bastarse a sí mismo para llegar a la perfección del género humano.
Esto no existe en la persona sola, sino en la dualidad conyugal. Los casados deben y serán sagrados el uno para el otro y aún más lo que cada uno para sí.
EL HOMBRE: cuyos dotes sexuales son el valor y la fuerza, debe dar y dará a la mujer, protección, alimento y dirección, tratándola siempre como la parte más delicada de sí mismo y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al más débil, especialmente cuando este débil se entrega a él cuando por la sociedad se le ha confiado.
LA MUJER: cuyos dotes sexuales son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura, debe dar y dará al marido: obediencia, agrado, asistencia, consejo, consuelo, tratándolo con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca e irritable y dura de sí mismo. El uno y el otro se tendrán respeto, deferencia, fidelidad confianza y ternura y ambos procurarán que lo que uno esperaba del otro al unirse con él no vaya a desmentirse con la unión. Ambos deberán prudenciar y atenuar sus faltas. Nunca se dirán injurias, porque las injurias entre los casados, deshonran al que las vierte y prueban su falta de tino y de cordura en la elección; ni mucho menos se maltratarán de obra, porque es villano y cobarde abusar de la fuerza.
Ambos deben prepararse con el estudio amistoso y mutua corrección de sus defectos a la suprema magistratura de padres de familia para que cuando lleguen a serlo sus hijos, encuentren en ellos buen ejemplo y una conducta digna de servirles de modelo. La doctrina que les inspire a esos tiernos lazos de su afecto harán sus suerte próspera o adversa y la felicidad o la desventura de los hijos será la recompensa o el castigo, la ventura o la desdicha de los padres.
La sociedad bendice, considera y alaba a los buenos padres, por el bien que les hace dándoles buenos y cumplidos ciudadanos; y la misma censura y desprecia, debidamente a los que por abandono, por mal entendido cariño o por mal ejemplo, corrompen el depósito sagrado que la naturaleza les confió concediéndoles tales hijos.
Y por último, cuando la sociedad ve que tales personas no merecían ser elevadas a la dignidad de padres, sino que sólo debían haber vivido sujetos a tutela por incapaces de conducirse dignamente se duele de haber consagrado con su autoridad, la unión de un hombre y una mujer que no han sabido ser libres y dirigirse por sí mismos hacia el bien.