sábado, 29 de mayo de 2010

Robar por hambre

Todos hemos escuchado que robar por necesidad no es malo, claro que depende del tipo de necesidad. Siendo el alimentarse una de las necesidades primarias de cualquier ser vivo, robar por hambre; hasta tiene tintes de heroísmo.

Tal vez no sea esta mi mejor decisión, pero escogí éste medio, y éste día para confesarlo. Válganme decir también, que con algo de pena.

Todo comenzó en un día de trabajo como todos, en el que llegué a la empresa de un cliente por un trabajo de rutina: sólo unas programaciones (cosa de 5 minutos de trabajo efectivo). Tardó más el encargado en darse a entender para explicarme y en salir para atenderme, que lo que iba a durar yo en realizar ese pendiente. Y todo iba bien, hasta la parte en la que se acordó: "oye, ¿y podrías dejarme unas lineas listas para conectar el internet?"

Sé que va a ser difícil que me crean, pero lo primero que hace mi cerebro cuando alguien me sale con un cambio tan drástico: es armarse con cientos de razones para explicarle a mi cliente por qué hoy no es el mejor día para hacer ese tipo de instalaciones, y es que un trabajo de 5 minutos, por un detallito que habían "olvidado" platicarme mi cliente: se convierte en un trabajito de 4 horas, como sucedió con éste caso.

De por sí, realizar el pedido de mi cliente ya es un trabajo; pasarme el rato lidiando con mi cerebro acerca del por qué sí o por qué no debería estar aquí, y qué con el cliente que ya tenía cita para éstas horas desde hace más de una semana... Pero en fin, así es mi chamba, y por eso soy tan apreciado por los clientes (por lo menos por esos a los que no les quedo mal con las citas).

Para explicarme un poco: Una de las oficinas donde ocupaban la conexión no tuvo problemas, pero para la segunda (la que estaba más difícil), entre todos los cables que llegaban a ella: no había un triste par que me sirviera. El lugar por donde pasan todos los cables de las oficinas está en la parte de arriba del segundo nivel, y la oficina en la que se necesitaban, estaba en el primer nivel. Había que poner un aparato rastreador de cables en la primer planta y subir y bajar escaleras al segundo nivel donde está instalado el conmutador, luego a la parte de arriba del segundo nivel que es por donde pasan los cables, y que tiene, como atractivo adicional: que ¡ni siquiera hay escalera! Tengo que subir una escalera de aluminio, abrir el techo (plafón) y andar entre el segundo nivel y el techo de lámina de la nave industrial. Que aparte de todo; es la parte más calurienta y reducida de la planta. Y tampoco tiene una bóveda en la que se pueda caminar; tengo que andarme por las barditas y pidiéndole a Dios no olvidar dónde pisar y dónde no para evitar caerme.

Pues pasa que entre tanto andar para allá y para acá: se fija uno en cosas. Por ejemplo: la sala de juntas, en la que quedaban unas pocas personas y un proyector encendido que mostraba algunos datos. Unos minutos después; y el proyector ya apuntaba hacia la esquina de la pared, y dos personas haciendo números en un pintarrón. Después sólo alguien con una computadora portátil y la mayoría de las luces apagadas. Hasta que la dichosa sala quedó vacía de almas y de luces, con sólo el recuerdo de haber servido de algo unas horas antes y unos platos de frutas y otros de galletas tan abandonados como la ahora triste sala.

Cuando ves comida olvidada en un lugar donde sólo huele a plástico caliente (que es la materia prima de ésta fábrica), y sabes que la comida más cercana está más o menos a dos horas, y son ya como las 2 de la tarde... Bueno, la tentación es grande y la carne es débil. Y aún así, robar no es nada fácil, después de repensarlo varias veces para animarme, tuve que correr más de 3 metros adentro de la sala de juntas hasta donde estaba ese plato con apetitosas manzanas, tomarla, esconderla dentro de mi camiseta y subir la escalera de aluminio para llegar hasta mis dominios, para así poder esconderme como fiera en su cubil a saborear mi presa, fruto de la rapiña y la carroña. Mientras tranquilizaba mis nervios de ser encontrado por alguien en los pasillos, al subir la escalera, o aún aquí en mi territorio y sin saber qué cara poner ante tan bajos actos puestos al descubierto.

He pues aquí mi confesión y he aquí la prueba:

Quizás alguien se pregunte por qué no comenté nada de la segunda manzana: Bueno, 15 minutos después la sala y sus platos seguían abandonados, y yo, seguía con hambre. Pero la segunda manzana no vivió la misma historia: No corrí, aunque sí la puse dentro de mi camiseta y sí volvió a ser el cubil el lugar de la consumación. Pero no hubo ni señales de miedo, remordimientos ni reclamos de conciencia.

¡Es increíble lo rápido que un criminal se acostumbra a su nuevo estilo de vida!