viernes, 4 de enero de 2013

5 minutos de sucesos absurdos


Nos incorporamos del crucero de Tepa a la carretera hacia Tototlán, ya sobre la carretera noté la velocidad a la que venía una camioneta a unos 200m. Aceleré para no ser un tronco en la carretera y rápidamente ya iba a una velocidad normal, sin embargo la camioneta nos alcanzó sin esfuerzo.

— ¿Cómo se ve una camioneta con balazos en el faro?— Fue una de esas ocurrencias que no mencioné, el silencio era bueno y no se me hizo necesario romperlo. Alfredo vendría papando moscas o algo así, siempre es bueno para aprovechar el tiempo.

Como a 600m del crucero, rumbo a Tototlán; se llega a un par de curvas y entre ellas una recta como de 300m. En ese tramo fue donde a estos suatos les dio por rebasar. Unos 40m antes de nosotros cambiaron de carril, tuve que dejar de acelerar para que nos terminaran de rebasar sin apuros, aun así se cerraron frente a nosotros a unos pocos centímetros aunque no venían vehículos que los hicieran apurarse.

Les dejé de prestar atención. Novatos con prisa y faltos de inteligencia se encuentran más seguido que las moscas contra el parabrisas, el truco es dejar que se vallan sin que afecten tu estado de ánimo.

El gusto se me terminó cuando los volví a notar, no había pasado un minuto de su reciente muestra de talento al volante al rebasarme: no terminaban de rebasar al carro de enfrente cuando se les venía un camión torton de los 19 hermanos a contrasentido en una carretera de dos carriles. Ellos y el carro al que iban rebasando terminaron casi detenidos sobre la carretera uno al lado del otro. El camión tuvo que salirse un poco para evitar el impacto y el carro tuvo que terminar parando porque le atravesaron la camioneta enfrente, nosotros también paramos unos 30m detrás de él.

— ¿Estos quieren matar al del carro? —Esta vez sí lo dije, aunque creía que se trataba de un pleito vial.

Luego se asomó una pistola del primero que se apeó de la camioneta, un mozalbete que apenas aparentaba unos 18 años, detrás de él se veía un arma larga que también traía intenciones de bajar.

Mi primera sensación fue que ese no era un buen lugar para estar. En los espejos vi detrás de nosotros una brecha que salía de la carretera, pensé en regresarnos y alejarnos por brecha para no ser parte de lo que estaba sucediendo, todavía no entendía nada. Quizás en este punto creía que el del carro se defendería y era cosa de que la justicia se apareciera y sólo equilibrara los karmas entre un carro y una camioneta en medio de la carretera.

Puse reversa para poner asfalto de por medio, pero una santa manía que tiene el chevy es que muy seguido le da por rechinar los engranes, este día se lució. Al notar mi escándalo busqué con la mirada al comando justiciero y aquí noté que ya éramos parte de su aventura; ya que ellos voltearon azorados en nuestra dirección.

El rechinido ha de ver ayudado a la víctima, porque al ir alejándome a mi paso en reversa, el carro perseguido no tardó en alcanzarnos también en reversa. Quedarnos en la brecha ya no era opción. Y en su afán de salvar la vida, el del carro no pensaba que estropeaba todo lo que yo planeaba hacer. Me di vuelta sobre la carretera y aceleré para salirme de la línea de fuego. Otra vez, mi intención era no ser parte de esto. Ellos ignoraban que existíamos apenas hace 5 minutos y quería que siguieran sin saber de nosotros el resto de la eternidad. Mi siguiente plan era regresar por la carretera a Tepa, supuse que quedándonos un rato fuera de su quehacer se olvidarían de nosotros, y no siendo nosotros testigos de nada tan malo; no habría razón para que se preocuparan. Alfredo, a todo esto, era el que tenía el privilegio de bobear todo lo que quería (él no tenía que mantener la mirada en la carretera ni tenía que ir formulando un plan de escape tras otro). El acelerador del carro no podía ir más pegado al piso y el carro no llegaba a los 120km/h cuando Alfredo ya iba por la tercera vez que me decía: Ahí vienen.

Finalmente me di cuenta que no íbamos a alcanzar nuestro crucero, el carro víctima venía alzando las luces para que le dejara espacio de pasar y la camioneta no estaba a mucha distancia de este. Una brecha me convenció de tomar una decisión: "ahorita todavía no hay nada contra nosotros". Esperar a que nos rebasaran otra vez ya no sonaba agradable, lo menos que quería era volverlos a ver. Aparte que nunca descarté que nos dispararan ahora que éramos sus casi conocidos, de que quizás por nuestra causa se les escapaba su amigo y hasta no más por probar la puntería. En este momento, separarnos de su presa significaba que de tajo se olvidaran de nosotros una vez dejándonos atrás (aunque cabía la posibilidad de que fueran sólo unos locos con ganas de divertirse y fuera tan de su agrado perseguir a su primer objetivo como cambiar de idea y perseguirnos a nosotros).

Salí entonces por la brecha hacia la derecha casi sin detener la velocidad con el cambio de vía. Un segundo después pasó el perseguido.

Ya sobre la brecha noté que estaba cerrado el camino, no había a dónde ir. El camino daba a la entrada de un rancho cuya puerta estaba demasiado cerrada como para quien decentemente quiere huir para seguir haciendo el bien a la humanidad.

Quizás estábamos a unos 40m de la carretera ya frente a la puerta del rancho cuando aliviado vi en el espejo que la camioneta y sus desagradables pasajeros continuaban su aventura sin nosotros. El resto del viaje a Ocotlán fue todo menos silencioso. Alfredo y yo hubimos de procesar el resto del caminio en voz alta los 5 minutos que acabábamos de vivir.



Epílogo:

Vivir esos 5 minutos supondría sólo algo qué contar, sin mayores consecuencias. Aun así, hace unos días poco después del atardecer, estacionado en batería; noté que había dos personas adentro de un vehículo mirando insistentemente hacia el lado contrario al mío y que no se habían bajado desde que llegué a la farmacia y compré, hasta que me acomodaba el cinturón de seguridad para irme de ahí. La mente de alguna forma imaginaba armas en sus manos que no alcanzaba a ver.

Otro de esos días, circulando por la avenida Matamoros, nos comenzamos a formar un vehículo detrás de otro. Naturalmente agucé la vista para ver la causa que nos detenía. De repente, de uno de los vehículos de enfrente, se bajó un hombre sospechosamente presuroso, lo siguiente que esperaba era que comenzara a apuntar con un arma a alguien que correría por el lado contrario (en realidad se había apagado su carro y lo iba a empujar para sacarlo del camino de los demás).

No vivo con temor, pero de alguna forma cuando entro a un lugar cerrado: ya memoricé las mejores rutas de escape.