domingo, 13 de junio de 2010

Nochistlense

Camino lento, entro al parián desde el lado norte, justo enfrente de La primera Guadalajara. Vengo de comprar una nieve de queso, la cual es mi compañera de viaje hacia el recién remodelado jardín.

A mi lado izquierdo: las tiendas que aparentan haber estado aquí desde siempre, la farmacia, las tiendas de ropa y sombreros, las de novedades. ¡Ah! y la agencia de viajes. Todas con mercancías y exhibidores afuera de la puerta, robando el espacio de los peatones al tiempo que los atrae para que se acerquen a mirar. A mi derecha: el falso muro que crean los portales, que sutilmente te mantienen adentro del carril desde que entras hasta la orilla. Desvío la mirada hacia arriba para ver la bóveda que siempre ha llamado mi atención, con sus decenas de vigas de madera pintadas de café y sus centenas de ladrillos rojos y cemento blanco cumpliendo su interminable misión de proteger del cielo a los que por aquí pasamos. Es un domingo común y corriente de Nochistlán, sin embargo, se escucha fuerte la alegría de unos músicos: un acordeón, un tololoche, tarola y un par de guirarras se acomodan formando un pasillo para la gente al tiempo que tocan sus sones y persiguen a su cliente, que con una cerveza en la mano; se da el gusto de ir pidiendo canciones mientras se mueve de tienda en tienda.

Cruzo la calle hacia el jardín, no hay prisa aquí tampoco, los domingos es totalmente peatonal. Es el medio día y estamos a mediados de mayo, pero no hace calor, llovió unos minutos al amanecer y el cielo aún continúa nublado. Un vientecito ligeramente húmedo, hace el día aún más perfecto. Otra cucharita de nieve mientras repito pasos muchas veces antes dados en éste pueblo tan mío y tan ajeno.

Aunque Nochistlán está en mi memoria desde los primeros recuerdos, aunque la mitad de mi sangre tiene su origen en ésta tierra y aunque fue en éste pueblo donde conocí a mi esposa; nunca he caminado por él sintiendo esa simbiosis de cuando estás en tu territorio. Quizás sólo era cosa de reflexionarlo, y es que ¿quién es de aquí? Mi mamá y sus 9 hermanos nacieron aquí, y sólo mi tío Ricardo contó aquí su historia, y aquí mismo la terminó. Muchos de los otros son más extraños a éste paisaje que yo mismo.

La misma gente de aquí tiene más variedad que las fruterías del mercado. Veo ahora con más cuidado y adivino sin pruebas, historias en los rostros que me rodean. El señor de más de 60 años con su camisa de cuadros, pantalón de mezclilla, sus tenis skechers y una cachucha de San Francisco. Señoras de falda larga, peinado de trenzas y su bolsa del mandado platicando con las de traje sastre, maquillaje y de pelo corto y pintado. También veo parejas sentadas en las mismas bancas donde mi mujer y yo pasamos varios idílicos domingos; igual en el modo de vestir busco pruebas de que alguno de ellos viene de otro lugar, quizás estudiante en Aguascalientes o Guadalajara. Dentro de ésta edad se ven desde los que traen sus botas y sombrero, hasta los de muchos tatuajes, tenis, lentes oscuros, pantalones anchos y la cabeza rapada, como al que perseguían los músicos que encontré hace un momento. Muchos de ellos tienen también su vida dividida entre Nochistlán y algún lugar de California.

Al amparo de la sombra de la estatua de bronce de Tenamaxtle, a más de 4 y medio siglos de que él jugó todas sus fichas en la guerra del Mixtón; decido que desde hoy, también seré nochistlense. Si trajera un alfiler: aquí mismo dejaría una prueba de mi noble sangre, parte caxcana, parte tecuex y seguramente parte española.

No, no es para meterme en política, aunque Moisés Órnelas vuelva a la presidencia por tercera vez. Tampoco pienso opinar de la nueva entrada al pueblo, cuyo camellón me gusta mucho, aunque el asfalto nuevo ya se está desbaratando. O del adoquín y el par de docenas de macetones de metal con azaleas moradas que ahora son la nueva vista del centro. Mi recientemente reconocida nacionalidad nochistlense la acepto aquí, parado también frente a la parroquia de San Francisco, la que hace 16 años fue testigo de los votos matrimoniales que hice con toda la sabiduría que me daban mis 21 años de vida. La acepto aquí pues, y que sean parte también todos éstos árboles que se copetean por las noches de pájaros cagones. La acepto por lo tanto: para gloria de mi patria, para gloria de Dios y para poder saborear mi nieve de queso, aplastado en una de éstas bancas, con las piernas cruzadas y la mirada despreocupada como todos mis conciudadanos, sin sentirme más extraño de lo que son para mí cualquiera de ellos.

¡Y que viva Nochistlán, mi tierra!

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