viernes, 10 de junio de 2011

A veces quisiera estar equivocado

En la entrada del 26 de mayo, conté sobre un incendio en una casa de lámina al pié de la carretera en Valle de Guadalupe. Supuse que había ocurrido algo malo con la gente que allí vivía. Mi prueba era haber visto los despojos de la casa debajo de cables de alta tensión.

En esta semana pasé varias veces por ahí. Vi que pusieron una cruz en el lugar. Esta vez no quise inventarme historias. Hoy me animé y bajé del carro para ver de cerca:


A veces quisiera estar equivocado...

jueves, 26 de mayo de 2011

Rabia

Alicia era una muchacha alegre, se crió en un rancho, alejada de lo que llamamos civilización. Durante la mayor parte de su vida, no conoció de electricidad ni agua de llave, mucho menos todas las comodidades menos básicas que acostumbramos, y sin las que la mayoría de nosotros no podríamos vivir.

Así como era Alicia: supo desde siempre que un día se casaría y sería la jefa de una casa; donde tendría un esposo a quien atender y muchos hijos para criar. Cuando conoció a Martín, todas las piezas del mundo que ella debía formar: caían solas en su sitio.

A Alicia no le ajustaban las palabras que ella conocía para explicarse lo que había pasado el primer día que Martín la golpeó. Simplemente pasó que se había quedado dormida, y la cena no estaba servida cuando Martín llegó de madrugada borracho y enojado sólo Dios sabe por qué. Al paso del tiempo, Alicia dejó de buscarse explicaciones, trataba de hacer lo mejor que podía, pero sabía que cualesquier día llegaba Martín de malas y sin necesidad de explicarle nada, ella sería el destino de su furia.

El padre de Alicia, al que ella apenas conocía: llegó de los Estados Unidos. Le fue muy mal, llegó viejo, sin dinero, y con problemas de espalda que le impedían trabajar el campo. Ella y su mamá nunca conocieron la causa y nunca se la preguntaron. Sus dos hermanos se habían vuelto ojos de hormiga desde que se fueron también a los Estados Unidos buscando seguir las huellas de su padre.

Quizás por remordimiento, quizás por lo que había conocido todos estos años su papá en aquellas tierras, quizás por el orgullo, pero; el papá de Alicia, al darse cuenta de la clase de pareja que tenía su hija: se prometió que haría lo que estuviera en sus manos para cambiar el destino que él había contribuido a formarle.

Así un día, para evitar la amenaza que se había vuelto Martín, para buscar hacer el futuro del par de nietos, y sobre todo, para pagar de alguna forma lo que nunca en los 17 años anteriores hizo por Alicia: El padre, la madre, los niños, y Alicia; tomaron las pocas cosas que pudieron cargar, no por valiosas sino por utilidad. Llegaron a la carretera y montaron al primer autobús que pasó, para establecerse en el primer lugar donde viera su papá lo que sólo él sabía venía buscando…

Completo ya, para estas fechas: 9 años de deambular por las carreteras de Los Altos de Jalisco. Tengo algunos paisajes preferidos, y lugares por los que he pasado más de cien veces. Aún encuentro cosas que no había notado antes y aún me sorprendo de ver cosas que he visto ya muchas veces. He sido testigo de la vida de estos pueblos. Unos más lento, otros más rápido, pero todos evolucionando y creciendo.

Entre esas cosas que al pasar te llaman la atención; hará aproximadamente 6 años: vi, a unos metros de la carretera casi frente a la gasolinera de Valle de Guadalupe: una casa de cartón, láminas y pedazos de madera, que había aparecido de repente ahí, como dicen que aparecen los hongos: un momento no hay nada, y al siguiente ahí están.

Dado que en esta región no es algo normal, fue algo que se me quedó rundido en la cabeza. Primero con la duda del tiempo que durarían allí. En un pueblo como lo es Valle de Guadalupe, no se aparece una casa así sin que se note. Mi duda era si los correría alguna autoridad o si algún sacerdote o grupo de vecinos vendrían a ofrecerles algo más digno para vivir. Bueno, pues no sé el por qué se quedaron, si era conveniencia, terquedad, orgullo o indiferencia por parte de los demás. El hecho es que al día de ayer, la casucha, ahora con varias secciones de lámina mejor acomodada y un poco ampliada: seguía en pie y en el mismo lugar.

La historia de Alicia, con la que comencé el relato: no es real, ni siquiera su nombre. Lo único que me consta es que la casa se apareció un día allí, y desde hace varios años, he visto a una muchacha, una señora mayor y un par de niños entrando y saliendo de esta armazón que muchos consideraríamos sólo basura, como si fuera un hogar.

Todos estos años de pasar por ahí, me llenaron de preguntas acerca de sus circunstancias tan especiales. Cuando algo así me sucede, no necesito conocer las respuestas correctas. Las más de las veces me formo historias con lo que yo mismo deduzco o invento para ir dando con los porqués. Cosa que me causaba a cada vez que pasaba: el girar el cuello hacia la dicha construcción para atrapar la mayor cantidad de pistas que redondearan de mejor forma mis historias.

Preguntas del tipo de: ¿Qué hacen para vivir? ¿Cuántos, quiénes y por qué viven ahí? ¿Qué los detiene de buscar una casa en renta, sobre todo que después de tantos años? La teoría de alguien en una mala racha perdía fuerza ¿Cómo conviven con la demás gente del pueblo? ¿Los niños van a la escuela? ¿La muchacha tiene novio, amigos? ¿Cómo se presenta “soy de la familia que vive en la casa de lámina y cartón a un lado de la carretera”?

Al ver el lugar que usaban como vivienda, armado además con cartones y cobijas: me preguntaba qué dirán ellos en esos días que nosotros nos quejamos del frío, del calor, de los zancudos, del fuerte viento o de la lluvia. Qué se sentirá llegar a un hogar lleno de agujeros sin luz, agua y quizás sin baño. Ese refugio de seguridad que se puede deshacer en cualquier día ¿Qué sueños y esperanzas guarda alguien que lleva años en esas condiciones? ¿Qué los motiva a levantarse, y qué pensamientos llevan a la cama antes de dormir? ¿Tendrán cama?

Hoy es 25 de mayo del 2011. Eran las 11:45 am cuando iba de paso por Valle de Guadalupe rumbo a San Julián. Venía renegando un poco con el radio y el tráfico. Al bajar al valle, se pierden la mayoría de las estaciones, y al ser zona urbana y con sólo dos carriles: el camino se vuelve largo si sólo vienes viendo la placa trasera de algún camión de carga. Levanté la vista hacia los trabajadores de la comisión de electricidad que reacomodaban cableado sobre uno de los postes de alta tensión. Mi primer pensamiento era que alguien le había chocado el poste y los cables se habían roto. Trataba de ver si el poste era nuevo y qué podían haber causado los cables con su caída (la cantidad de energía que transportan esos cables los convierte en uno de los objetos más mortales con los que convivimos día a día, apenas después de los automóviles). Buscaba también si había vidrios o pedazos de algún vehículo que hubiera chocado con el desprevenido poste. Acercándome cada vez más acabé por reconocer la zona. Vi una patrulla de policía estacionada a un lado de donde debería estar la casa de mis desconocidos amigos.

Un sentimiento de “ojalá no sea lo que estoy pensando” me poseyó. Adelanté la mirada y la regresé, todo esto sin ser consciente de lo que hacía. La casa no estaba en otro lugar, era exactamente ahí, a escasos 5 metros de donde los cables estaban siendo acomodados nuevamente; a donde había dirigido la mirada todo este tiempo para inventarme historias sobre sus habitantes.

Un rectángulo negro en el piso de 4 por 8 metros con alambres y escombros en bultos que no pasaban de 50cm de alto: es lo que había reemplazado la casa. Una cinta roja que acordonaba el área y una cámara de video en un tripié, quizás de algún noticiero de telecable: me provocaron, como hice tantas veces cuando la casa estaba en pié, inventarme historias de lo que ahí había pasado.

Esa gente dejó de existir, por lo menos para mí. Si hubo sobrevivientes, no hay razón para que vuelvan a ese lugar. Y si no los veo entrando y saliendo por ese hueco que tal vez llamaban puerta: no los reconoceré.

Esa gente no debió haber estado ahí, es una razón que siempre tuve, pero nadie hizo nada mientras hubo algo que hacer.

Siento rabia, y no estoy seguro contra quién. No se vale sólo estar enojado. En esa casa había niños, por lo menos una muchacha y una señora que aparentaba más de 60 años. Nunca vi si había algún hombre de la casa, pero aunque haya sido así; esa gente no debió estar ahí.

Por esa carretera pasamos miles de personas todos los días. Valle de Guadalupe cuenta más de 6000 habitantes, la mayoría los vimos. No sé si todos nos pasamos esperando que alguien hiciera algo, o si alguien siquiera lo intentó. No sé si el quedarse ahí fue decisión de ellos por estar cerca de su fuente de subsistencia, tal vez con los traileros que ahí pernoctan. No sé la verdad y quizás nunca la sepa. Sé que no se hizo lo suficiente por esa gente cuya historia, real o ficticia tanto me importó, y por la cual tampoco moví un dedo en su favor.

Siento rabia.

domingo, 23 de enero de 2011

42,195 metros dos meses después

Casi se cumplen 2 meses desde el día del maratón. Después de un merecido descanso, una buena gripe y unos dolores de rodillas; aún no puedo regresar a correr. Esa es una de las causas que, siendo hoy domingo: en vez de haber recibido al amanecer con el viento en la cara y la mirada en el horizonte; amanecí en la bicicleta fija y viendo la tele.

Pocas ideas me venían a la mente para escribir acerca de lo que fue la carrera. Y es que todo salió más o menos como lo esperaba, y no tanto. Pensaba, al principio de la aventura: que sucederían cosas extraordinarias, casi mágicas. Pensé que quizás saldría un relato épico. Bueno, no tiene nada de malo soñar.

Hoy por la mañana, estando en la bicicleta: me tocó ver una película que contaba la historia de Marilyn Bell, la primer persona en cruzar nadando 52km del lago Ontario. Cosa que hizo a los 16 años de edad, en el año de 1954, en el nada envidiable tiempo de 20 horas y 59 minutos.

Bueno, los que hicieron la película sí sabían de contar historias: El ánimo seguir una meta sin una razón suficientemente lógica, o cuerda. Los problemas inesperados que intentan boicotear el intento. Las ganas de abandonarlo todo cuando la razón se trata de imponer y te recuerda que hay un millón de lugares mejores al que estás en ese momento de dolor y cansancio. Y esa tontería que se te mete en la cabeza que te dice que tienes que terminar lo que te habías propuesto, para llegar al final en un lastimoso estado donde hasta la sonrisa de satisfacción incluye gestos de todas las caras que hiciste durante tu prueba.

Aún así; después de conocer su historia, y después de haber corrido los famosos 42,195 metros. Quedo seguro en mi idea: Cumplir con una meta de éste tipo: "es cosa de gente común"

Y a mí ¿Cómo me fue?
  • Tiempo oficial: 4 horas 20 minutos 11 segundos

  • Tiempo chip: 4 horas 18 minutos 45 segundos

  • Lugar en mi edad: 7

  • Lugar en mi categoría: 104

  • Lugar en mi rama: 207

  • Lugar en el evento: 318
Además de cansado, adolorido, medio acalambrado y, aunque aún no entiendo la razón exacta... muy contento. Además con un certificado, una medalla y un gatorade para recordarlo y probárselo al mundo.