sábado, 25 de septiembre de 2010

42,195 metros, razones

Esta idea de correr un maratón, si bien fue una decisión repentina, no es para nada nueva. Hace como 3 años, cuando corrí los 10 km de la Tepabril: me quedó el deseo de hacer algo más.

Fue por esas épocas que encontré en la internet entrenamientos para todo tipo de carreras. Comencé buscando qué hacía falta para mejorar mi tiempo en los 10km, y, como por no dejar; di un vistazo al entrenamiento del famoso maratón.

Como vi que lo de correr no iba por el lado profesional: dejé lo que había aprendido del entrenamiento de los 10km como parte de mi ya extenso acervo cultural. Y lo del maratón: como una de esas cosas que tal vez, algún día, iba a hacer. Y es que, tener una meta así, y cumplirla: me sonaba como algo que se veía bien en el currículum, como para poner la medalla en la sala y como para poder regañar a mis hijos cuando se quejaran de que algo estaba siendo muy difícil. Algo como buen tema para platicar o como para que mis amigos me admiraran aún más, si es que eso es posible.

Todos hemos oído de la gente que pone entre sus metas escalar el Everest. O los famosos “mochileros” que se van de viaje sólo con lo que pueden cargar en una mochila y la disposición de convertir un conjunto de tortuosas experiencias en una aventura para contar de por vida. Pero junto con la admiración que nos pueda causar una meta de éste tipo, también nos llega la pregunta ¿Para qué?

Duré más de dos años con la pregunta en la cabeza antes de creer que sé la respuesta.

Alguna vez oí en algún lado: que lo importante de la vida, está en acumular experiencias, no cosas. Que lo que se nos queda en realidad en la vida, y lo que contribuye a nuestra felicidad, en realidad es lo que hemos vivido y no el tamaño de la bodega de cosas que hayamos comprado.

He ahí parte mi respuesta, pero no es igual. Al pasar la meta: espero ser una persona diferente, espero dolor, espero cansancio, espero calor, sed y mucha fatiga. Pero también espero una sensación de satisfacción por esas cuatro horas de carrera y por estos cuatro meses de preparación. Y sin embargo, aunque correr un maratón es algo difícil; no tiene nada de importante. El mundo será lo mismo, mi ciudad, amigos y familia: serán lo mismo. Yo mismo, quizás un poco más flaco y con un poco más de condición física, pero, en esencia: todo seguirá siendo lo mismo ¿O no?

La verdad: espero que no. Y hay una palabra calve, que si tuviera algo de racional: le daría un poco de lógica a todo este embrollo: Misticismo.